CABECERA

SAN PABLO Y EL AGUIJON EN LA CARNE

Por sus epístolas conocemos que Pablo sufría una rara enfermedad que lo atormentaba y lo obligaba a bajar el ritmo de su trabajo. Y aunque le pidió a Dios varias veces que lo sanara para poder desarrollar mejor su labor apostólica, nunca pudo librarse de ella. La describe así: "Para que no sea engreído, se me dio un aguijón en mi carne: un ángel de Satanás me abofetea. Tres veces le pedí al Señor que me lo quite. Pero él me contestó: «Te basta mi gracia, pues mi fuerza se muestra perfecta en la debilidad»" (2 Cor 12,7-9).

¿Cuál era la enfermedad que sufría Pablo? Aunque resulta difícil hacer un diagnóstico a la distancia, tenemos algunas pistas.

El hecho de que la llame "un aguijón en la carne" hace suponer que no se trataba de una enfermedad grave, sino más bien de algo molesto, que le causaba un fastidio constante. Ahora bien, por otra carta suya sabemos que durante su segundo viaje al Asia Menor una enfermedad lo obligó a detenerse en Galacia, oportunidad que aprovechó para evangelizar la región. Y añade: "A pesar de la prueba que significaba para ustedes mi cuerpo, no me mostraron desprecio ni rechazo, sino que me recibieron como a un ángel de Dios. Yo mismo recuerdo que querían arrancarse los ojos, si hubiera sido posible, para dármelos" (Gal 4,13-15).

Por el hecho de que los gálatas querían "arrancarse los ojos" para dárselos a Pablo, podemos pensar que se trataba de una enfermedad de la vista. Esto nos recuerda que también el libro de Los Hechos, aunque usando un lenguaje simbólico, dice que con motivo de su conversión Pablo sufrió un enceguecimiento, que quizás lo acompañó por el resto de su vida. Y las duras condiciones en que luego tuvo que trabajar como cosedor de tiendas, debieron de contribuir a agravar este cuadro.

Esta discapacidad que afectaba a Pablo explicaría "las grandes letras" con las que se veía obligado a escribir (Gal 6,11), el hecho de que siempre necesitaba de algún secretario para redactar sus cartas (1 Cor 16,21; Rm 16,22), y la continua necesidad de gente alrededor suyo que lo ayudara en sus misiones.

Hay quienes afirman que pudo haber sufrido de gota e incluso otros van más lejos al afirmar que el aguijón que lo atormentaba y por la cual era constantemente abofeteado era su propia vanagloria. No obstante y sin importar cual fuese la enfermedad, Dios la permitió para mantenerlo humilde y aterrizado para que no se le fueran los humos a la cabeza luego de haber el gran privilegio de convertirse en el último de los apóstoles.

La enseñanza que aprendemos de esto es que, Dios permite que suframos alguna carencia o enfermedad para glorificarse en nuestros cuerpos, o simplemente porque lo considera necesario para que estemos clamando a El sin cesar. Lo mejor sería orar sin cesar y sin necesidad de que la aflicción llegue a nuestra vida.

Dios les bendiga abundantemente.