Por Jorge Juan Olivera
Perdonar no siempre es fácil. A decir verdad casi siempre es difícil. Hay muchos elementos involucrados en el proceso del perdón que lo hacen complicado. Trataremos de resaltar algunos de ellos sin pretender ser exhaustivos.
Elementos a tener en cuenta
1. Resentimiento – Cada vez que pensamos sobre el tema en cuestión experimentamos los mismos sentimientos que experimentamos cuando nos lastimaron. El resentimiento es exactamente eso: Re-Sentir. Debemos liberar nuestra mente y corazón del dolor provocado por la ofensa. No es fácil, pero con Dios es posible.
2. Lo que se hace deliberadamente requiere arrepentimiento deliberado. No sirve decirle al hermano: «Perdóname por cualquier cosa que te haya hecho». Si estamos arrepentidos por alguna cosa, seamos específicos y digamos: «Perdóname por haberte insultado», por ejemplo.
3. Toda actitud de reconciliación debe siempre empezar por nosotros mismos. No importa que hayamos sido los ofensores o los ofendidos, la enseñanza bíblica nos exhorta a salir al encuentro del hermano para arreglar la situación (ver Mateo 5.23-24, Mateo 18. 15-17, 21-35, y Lucas 17.3-10)
4. Es importante comprender la diferencia entre atacar a la persona y atacar al problema. Lo que nos divide es el problema pero no debemos permitir que el mismo nos separe del hermano.
5. El perdón es un mandamiento. No hay opción. Tanto el Señor Jesús como las enseñanzas posteriores de Pablo no dejan dudas.
6.El gran inconveniente para lograr perdonar es que no se quiere aceptar la importancia del problema; ya se sea ofensor u ofendido. No debemos tomar a la ligera el tema del perdón. Es necesario que pongamos todo de nuestra parte para reconciliarnos con nuestro hermano. Glorifiquemos a Dios con una actitud perdonadora y reconciliadora en la Iglesia.
Cómo perdonar
1. El problema es con nuestra carne. Las ofensas se hacen fuertes porque en el acto de perdonar siempre hay un sabor a «injusticia». ¿Por qué lo voy a perdonar después de lo que me hizo? ¡No es justo!
2. El mayor problema en cuanto el perdón es que siempre pensamos que debemos «sentir» para poder perdonar; pero lo primero es «obedecer», siendo este el primer paso en el camino de la reconciliación que nos acercará a la posibilidad de «sentir» el perdón. Las enseñanzas bíblicas al respecto son tan claras que no dejan dudas de su importancia.
Cuando estoy dispuesto a someterme a los mandatos de Dios es cuando viene el poder para perdonar. Si no lo hacemos estamos negando el señorío de Cristo en nuestras vidas.
Es importante comprender que la actitud del ofensor siempre debe ser la de «querer» pedir perdón y la del ofendido la de «querer» perdonar.
¿Cuál es el efecto del rencor, resentimiento y amargura en la vida de una persona?
1. Ante la ofensa, hay un punto de elección. Debemos elegir entre seguir adelante con el rencor y sus consecuencias o la resolución bíblica.
2. La falta de solución en temas interpersonales trae aparejados problemas con Dios. En primer término pues uno se aleja de su guía y sus mandamientos y también porque habrá problemas ocasionados por la relación no restaurada y hasta puede ocasionar problemas físicos como exteriorización de problemas internos no solucionados.
¿Cuáles serían los pasos necesarios que debería dar una persona con rencor, resentimiento y amargura?
1. Reconocer el resentimiento y enfrentar lo que lo provocó.
2. Reconocer que hay pecado en la mala respuesta al problema. Esto requerirá arrepentimiento.
3. Confesión de su pecado a Dios. Ir a la otra persona involucrada y resolver el problema.
4. Reconocer una nueva actitud que llevará a la madurez. Reconocer que lo que sucedió tiene sentido y propósito, aunque en ese momento no lo comprendamos. Si Dios permite algo en nuestras vidas lo utilizará para nuestro bien.
La liberación del rencor
1. Ceder toda la responsabilidad de cualquier castigo a Dios (Romanos 12.19-21)
2. Ver el propósito de la ofensa (1 Pedro 2.19-24). Tener una actitud positiva ante la ofensa y no una negativa ante el ofensor. Muchas veces lo que nos pasa es merecido por no hacer lo que es correcto; ante lo que recibimos injustamente pidámosle gracia especial a Dios pues para ese propósito hemos sido llamados: Dios nos llama a vencer el mal con el bien.
3. Ver cómo Dios utiliza la ofensa y al ofensor como instrumentos para nuestro bien: Lucas 23.34 – 2 Samuel 16.11
4. Ver las heridas de la ofensa como la manera en la que Dios dirige nuestra atención hacia las necesidades del ofensor – Hechos 16.16-18. A través de las actitudes pecaminosas del ofensor podremos ayudarlo a encauzar su vida de acuerdo a los lineamientos de Dios.
El perdón es una puerta de oportunidad
Si la ofensa fue intencional – El ofensor estará observando nuestra reacción. Aquí tendremos la oportunidad de mostrar amor y perdón, como imitadores de Jesús.
Si la ofensa no fue intencional – Pone en evidencia la necesidad o inmadurez del ofensor. Aquí tendremos la oportunidad de orar y enseñar.
El perdón
1. No debemos tomar el camino fácil – Hay tres posibilidades:
a. Venganza – Prohibida claramente en las Escrituras
b. «Olvidar». Esta parece una opción piadosa, pero no es válida. «Olvidar» es la opción más fácil pero la relación no es
restablecida y a la larga el problema aparecerá por algún lado.
c. Perdonar. Es la opción más difícil pero la única con resultados eternos.
2. Es difícil pues va contra nuestro concepto de justicia. Cuando lo que nos hicieron es algo injusto –al menos ante nuestros ojos– nos cuesta perdonar.
3. Es costoso. El precio del mal producido, ¿quién lo paga?
4. Substitución – Todo acto de perdón, tanto humano como divino, es, por propia naturaleza, substitutivo. En última instancia, ¿quién paga el costo del perdón? El ofendido. Perdonar es decirle al ofensor: «Nuestra relación es tan importante para mí que estoy dispuesto a pagar el costo del daño producido».
Es interesante notar el patrón estipulado en Efesios 4.32. Allí el Señor nos indica que debemos perdonar de la misma manera en que Dios nos perdonó a nosotros. Entonces, la pregunta sería: «¿Cómo nos perdonó Dios a nosotros en Cristo?»
El precio de nuestro pecado exigió de parte de Dios un castigo y, como Dios es justo, no podía pasar por alto dicho castigo, por lo cual, Cristo pagó por nosotros, con su muerte, el castigo necesario. Es decir, Cristo pagó el precio de nuestra maldad.
De la misma manera, nosotros, al perdonar al ofensor deberemos hacernos «cargo» del costo de la ofensa recibida y «pagar» lo que sea necesario a fin de que la culpa de la ofensa no sea imputada al ofensor. Difícil, ¿no? Pero con Dios todo es posible.
Nunca perdamos de vista que Cristo murió por nuestros pecados, aún cuando no lo merecíamos. También murió para redimir aún a aquel que nos ofendió. No permitamos que nuestras diferencias obstaculicen la armoniosa relación en el Cuerpo de Cristo.
Que el Señor nos ayude a hacerlo.
(Fuente: labibliaweb.com)