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Los rituales de crucifixión son llevados a cabo por decenas de católicos filipinos. Así, la prensa local se hace eco de la historia de Rubén Eñaje, de 50 años, que los practica cada año desde 1985, año en que resultó ileso tras caer de un tercer piso del edificio donde estaba montando una valla publicitaria.
“Cuando caí de aquel edificio, no me rompí ni un solo hueso. Fue un verdadero milagro”, asegura Eñaje, quien desde entonces se lo agradece a Dios haciendo penitencias.
Antes de dejar crucificarse, Eñaje caminó 3 kilómetros cargando a cuestas la cruz, de madera y 50 kilos de peso. Después, fue clavado en ella por las manos y los pies con clavos de diez centímetros y sin ningún tipo de analgesia.
El penitente permaneció crucificado durante dos o tres minutos bajo la atenta mirada de médicos.
El ritual se celebró en San Pedro Cutud, una aldea de la provincia de Pampanga a varias decenas de kilómetros de los rascacielos de Manila, capital del país. Además de Eñaje, otros 14 fieles filipinos subieron hoy a la cruz sólo en este y otros dos poblados cercanos.
Este año, las procesiones de la Semana Santa en la provincia de Pampanga en las que tradicionalmente participan centenares de flagelantes -penitentes que se azotan con un flagelo,- volvieron a ser centro de atención de miles de filipinos y turistas extranjeros.
Las autoridades eclesiásticas reprueban estas prácticas. En vísperas de la Semana Santa, los arzobispos filipinos reiteraron su condena a las crucifixiones y flagelaciones populares.
Junto con la pequeña República de Timor Oriental, Filipinas es uno de los dos estados asiáticos con la población mayoritariamente cristiana.
(Fuente: RIA Novosti)