CABECERA

Cuando la cruz ya no pesa

"Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mísmo, tome su cruz cada día y sígame" (Lucas 9:23).

Seguir al Maestro exige una vida de sacrificios, luchas, pruebas, tribulaciones y otras viscisitudes, es lo que por la Biblia hemos aprendido y aunque parezca masoquista la expresión, sufrir por la causa del evangelio es lo más dulce que pudiera ocurrirle al cristiano verdadero.

Todo empieza con abandonar los placéres y deléites carnales y pecaminosos que la vida sin Cristo ofrece, apartarnos para El en dedicación permanente y en sacrificio vivo. Luego viene el confesar, ante un mundo burlón, que hemos dejado todo por amor a Aquél que nos amó primero.

Confesar para salvación (Romanos 13:10) es un paso dificil porque una vez hecho esto, los ojos del mundo estarán sobre nosotros a fin de comprobar que de verdad hemos dado el salto. Ahí es cuando comienzan las penas y sufrimientos, las pruebas, las tentaciones y los dardos del maligno que hará lo imposible por vernos caer.

Y aunque el Maestro dijo que "el yugo es fácil y ligera la carga" dijo esto refiriéndose a que es más fácil atarse a la yunta y tirar del arado, que arder en las llamas de la condenación eterna.

Ser cristiano es más que una moda, es apartarse del mal e imponerle a la carne todo lo que ella se niega aceptar pues es contraria a los designios del Espíritu. Ser cristiano involucra arrepentimiento verdadero, conversión sincera, y compromiso de vivir una vida ejemplar. Vida victoriosa, y ser cual espejo diáfano que refleje la imagen del caballero de la cruz.

Implica dejar de hacer lo que uno quiere, para que brote en nosotros "la nueva criatura", implica echarse encima todo el peso de la cruz de manera permanente, y no soltarla nunca, ni por conveniencia ni ninguna otra razón. Antes bien perseverando hasta el fin.

Cuando soltamos la cruz a la primera oportunidad que se presente, cuando no nos sometemos a Dios, cuando amamos al mundo y las cosas del mundo, el evangelio no está en nosotros, nuestra fe es emocional y vacía, somos como hoja arrastrada por el viento.

No somos probados, no somos tentados, no sufrimos persecución ni padecemos las dificultades de El Camino. Sencillamente el adversario no nos molesta pues sabe que caminamos engañados por falsos sentimientos de piedad y que si no nos enderezamos pereceremos en nuestros pecados y por lo tanto somos de su propiedad.

Cuando esto sucede, la cruz no nos pesa. No nos pesa, porque no la llevamos a cuestas, solo la llevamos en el cuello como adorno. Cuando la cruz no nos pesa, es porque hemos abandonado el primer amor y nos hemos entregado a la rutina de los ritos y sacrificios innecesarios. Cuando la cruz no nos pesa, es porque simplemente ya no somos cristianos genuinos, sino una pantalla.

Es tiempo de estar a cuenta, es tiempo de analizar si somos puros y sólidos como el oro, y si algo nos falta, es tiempo de pedirle a Dios que nos purifique mediante el fuego de las pruebas, y una vez habiéndolas pasado, solo así sabremos que verdaderamente somos discipulos de Cristo y que pertenecemos al reino.

Es tiempo de echar sobre nuestros hombros todo el rigor y el peso de la cruz, llevarla como lo hizo Jesús, aún con caídas multiples, pero siempre levantándonos y sobre nuestros pies, avanzar directo hasta el calvario. Basta ya del evangelio de la comodidad. Vivamos como creyentes genuinos y demos testimonio al mundo que de verdad somos hijos de luz. Santos, apartados para Dios.

Y si en algún momento la cruz se nos hiciera insoportablemente pesada, no desesperemos, pues Dios no nos impone carga que no podamos llevar, antes bien, en los momentos más difíciles, a nuestro lado va el Cirineo ideal: El Santo Espíritu de Dios para fortalecernos.

Este es un tiempo en el que como diría Shakespeare "ser o no ser" santos es la cuestión del millón de dólares, pues la Biblia dice: "Sed Santos porque Yo Soy Santo" (Leviticos 11:41) hay que ponerse en la cosa, no por moda, sino por convicción, calentarse, arrimarse al fuego de Dios, para no ser frios, ni mucho menos tibios, pues el Señor aborrece a los tibios (Apocalipsis 3:16) es tiempo de ponerse las blancas vestiduras de la santificación, porque "Sin santidad, nadie verá a Dios" (Hebreos 12:14).