Anoche, después de cuatro días de marcha silenciosa, por lo menos 85.000 personas, según las autoridades, tomaron el Zócalo, centro histórico de la capital mexicana, con un solo clamor: "Ya estamos hasta la madre". En medio de un mar de globos blancos con nombres de las víctimas de la violencia del narcotráfico, Sicilia cerró la marcha con un enérgico reclamo al gobierno para que revise su estrategia contra el crimen organizado.
La violencia del narcotráfico, que ya dejó 40.000 muertos en México desde fines de 2006, cuando asumió el poder Felipe Calderón, no disminuirá enviando al ejército a sus cuarteles, sino replanteando la errada política oficial, advirtió Sicilia, cuyo hijo fue torturado y asesinado a fines de marzo.
Calderón ha instrumentado una política de guerra abierta contra las organizaciones criminales que operan en el país -la mayoría, relacionadas con el narcotráfico- al desplegar más de 50.000 miembros de las fuerzas armadas en el territorio nacional, estrategia aplaudida por Estados Unidos, pero cuestionada por la oposición y por organismos de derechos humanos.
Un respetado poeta y escritor, Sicilia partió el jueves con otros 500 caminantes desde la turística ciudad de Cuernavaca (estado de Morelos, centro), 90 kilómetros al sur de la capital. En la recta final por las avenidas de Ciudad de México, miles de personas se sumaron a la manifestación, que había sido convocada con el lema de "Ya estamos hasta la madre", en referencia a la violencia que está haciendo estragos en la sociedad mexicana.
Fuentes de la alcaldía reconocieron anoche que había por lo menos 85.000 personas. Sicilia y otros que encabezaron la marcha, tuvieron dificultades para ingresar en la plaza central mexicana debido a la multitud.
La última jornada de la marcha había empezado temprano por la mañana en el campus de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde el sábado los caminantes fueron saludados con música diversa, desde el réquiem de Mozart, interpretado por una sinfónica, y un coro, hasta canciones y bailes populares. A medida que la marcha se adentraba en la capital, el silencioso río humano iba creciendo, y se sumaban incluso familias enteras, vestidas de blanco y con banderas y gorros.