La bíblia dice que "Dios no hace acepción de personas, ni recibe sobornos" (Deuteronomio 10:17) ante El todos somos iguales, y nos mira con sus ojos de justicia fiel y verdadera.
Pero, si bien es cierto que la Palabra dice: "el que creyere y fuere bautizado" (Marcos 16:16) si "persevera hasta el fin, será salvo" (Mateo 10:22), condiciones únicas para alcanzar la salvación, también es cierto que el mismo Señor dió a entender que en el cielo no todos seremos iguales.
Me explico: cuando Jesus relató la parábola del sembrador, dijo una parte de la semilla cayó en buena tierra y "dió fruto de a treinta, de a sesenta y de a cien por uno" (Marcos 4:8) esto habla de las tres clases de creyentes que va para el cielo. Estas clases retratan a los hermanos que siempre estan en la banca y nunca hacen nada o muy poco por dar de gracia lo que de gracia recibieron (estos irán al cielo en clase económica con restricciones), los de a sesenta son gente productiva pero en escala media, son aquellos que hacen algo por el reino, pero pudiendo hacer más, se conforman con lo poco que hacen, finalmente están los de a ciento por uno.
En este selecto grupo, están aquellos que habiendo creído y cumplido fielmente la Palabra, no se limitan a un banco en la congregación, ni se conforman con una modesta actuación en la batalla de la fe, sino que con denuedo, insistentemente, a tiempo y fuera de tiempo predican la Buena Nueva, el Evangelio del Reino. Su mente, alma y corazón es un eterno sacrificio vivo ante Dios.
En esta ala del ejercito celestial hay un primer grupo: los guerreros de vanguardia, los que van a la lucha, los que de cuerpo presente hacen el trabajo y enfrentan los peligros y dificultades por amor a aquel que nos amó primero.
En el segundo grupo está la retaguardia, aquellos que por alguna limitación real no participan en la lucha cuerpo a cuerpo, pero con sus oraciones y ayunos respaldan la lucha espiritual que libran los guerreros, no pueden combatir pero interceden, no pueden ir, pero con sus ofrendas apoyan la causa y envian a quienes sí pueden, estos miembros de vanguardia y retaguardia, componen la crema y nata de las huestes de almas del Cordero, son los Generales de Dios.
Y como el lector comprenderá si bien es cierto que todos cuantos militamos en este batallón nos empeñamos por agradar a quien nos tomó por soldado (2da Timoteo 2:4). El mismo Señor comprendiendo que en toda hueste no todos pueden ser comandantes, repartió dones y responsabilidades distintas a cada quien según su capacidad (Efesios 4:11) a la espera de que todos cumplamos nuestra asignación, siempre bajo la direccion de aquellos bajo cuyo cuidado nos ha puesto.
Todos si cumplimos con los requisitos consignados en La Palabra, somos "salvos por gracia, no por obras para que nadie se gloríe" (Efesios 2:8-9) pero las obras cuentan, no para salvación, pero sí para los fines y propósitos del reino ya que "la fe sin obras es muerta" (Santiago 2:20).
Y cuando llegue el día de la redención, el Señor de la míes dará a cada quien lo que se haya ganado, y si somos fieles, y trabajamos para Dios sin descansar, al final del camino podremos juntamente con el Apóstol Pablo decir: " He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás me está reservada la corona de justicia que me dará el Señor, juez justo en aquel día..." (2da Timoteo 4:7-8).
Para concluír este artículo, cito las palabras del Señor en Apocalipsis 22:12 "¡Vengo pronto!, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra." Así que mi amado hermano, lucha no solo por salvarte, sino por ayudar a otros a ser salvos, no seas un simple soldado del Reino, procura ascender a general, ve por el supremo premio de gloria, y si piensas que ya lo tienes, no te confies, sigue luchando hasta el fin, "retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona" (Apocalipsis 3:11).